domingo, 15 de octubre de 2006

Chilean Beauty

EL MERCURIO, viernes 14 de octubre de 2005

Chilean beauty

POR ANDREA GUZMÁN

Mi vida familiar es como el comunismo. Funciona, en teoría.

Estoy en una casa gigante a dos horas de Santiago, con todo el círculo familiar materno reunido. Por primera vez estoy sentada en el comedor con los "grandes" y no en la cocina como de costumbre. En la pared hay una enorme cabeza de ciervo y varias fotos donde los niños pequeños comparten una hermosa tarde con Pinochet.

Mi familia materna es la más cercana a mí desde que tengo uso de razón. Típicos ABC1 que se hacen los huasos, comen empanadas y bailan cueca casi tan bien como Lavín. Que se ponen sombrero y manta para salir a cabalgar por su enorme parcela de domingo.

Básicamente la familia de mi vieja está conformada por ingenieros, ojos claros y extrema derecha. Miradas bonachonas, Chrysler plateados y escapularios benditos. Siempre los recuerdo con un fondo de Pink Floyd y Skittles ácidos, algunos ejercicios de matemáticas y viajes familiares a U.S.A. Creo que son buenas personas. Y que a pesar de mi maldita indiferencia, me quieren.

A la familia de mi padre yo no la conozco. Sé que son personas de piel canela, medio intelectuales, que aman la música y leen sin parar. Sé que tengo tres hermanas mayores del primer matrimonio de mi viejo. Mayores en unos 20 años. Hermanas a las que adoro y no veo casi nunca. Que tengo unas cuantas tías, y un tío exiliado que murió en Australia. Que el resto de mis primos están allá, no saben de mi existencia y quizás nunca vuelvan.

Extrañamente, todo lo que me gusta provino de ese lado de la familia. La adicción a Argentina y a escribir. El pelo largo y oscuro por el cual mis primos rubios suelen llamarme "Avril Lavigne de la pobla", "mapuche" y unas cuantas cosas más. El odio a las matemáticas, el mal carácter y, según mi madre, la costumbre de hablar mucho y sin pensar.

Por primera vez estoy sentada con los "grandes". Mis primos mayores pidieron la Chrysler plateada para ir a comprar papas fritas. Con música electrónica de fondo, mi primo homofóbico hace su mejor performance al ritmo de pluma gay. Todos se ríen, menos yo. Me veo en el reflejo de sus copas. Entonces entiendo que a pesar de mi cara, esta es la familia con la cual crecí. Y aunque seamos muy distintos, no aprenda nada de ellos, y su ídolo político me haya impedido conocer a la otra mitad de mi familia, ellos son los que están aquí. Y seguramente los que estarán siempre. O por lo menos, hasta que lean esto.

Andrea tiene 15 años y está en primero medio. Hace un mes se escapó de clases para protestar por las contradicciones de su colegio. Y a pesar de cómo escribe, la dejaron condicional. Esperamos que con su próxima columna no la echen.

Términos y Condiciones de la Información
© El Mercurio S.A.P.

* Mi primera columna en la Zona de Contacto. Gané un espacio en una de las últimas ediciones en papel, una condicionalidad constante y un borrón en la foto familiar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario